sábado, 18 de noviembre de 2017

LOS AFICIONADOS NO SE VAN, LES ECHAN

Qué gran idea esto de dar toros en el mes de noviembre en Madrid, para volver así a retomar aquello de La Oportunidad. Aunque tan solo fuera por un fin de semana y en la plaza de Carabanchel, pero qué fin de semana tan intenso aguardaba. "Habrá que ir", pensamos muchos frotándonos las manos al ver los carteles en los que se anunciaban dos clases prácticas y una novillada sin picadores que hacía las veces de Final entre los tres mejores del total de doce novilleros que se repartirían entre las dos clases prácticas. Si hasta se sentía ese nosequé en la boca del estómago que debe de ser lo que se conoce como ilusión... 

Pues nada, que llegó el viernes 17 de noviembre, y allá que nos vamos al Palacio de Vistalegre a dar cuenta del primer de los tres festejos de La Oportunidad, con sonrisa de oreja a oreja y las mariposas en el estómago que bien podían delatar las muchas ganas de toros que había. Uno llega a los exteriores de la plaza y con tan solo echarle un mero vistazo de arriba a abajo ya presiente que esto no empieza bien. ¿Qué puñetas hace una plaza de toros construida encima de un Corte Inglés, y cuya fachada, en gran parte, está rodeada de escaparates? Menos mal que en lo que se supone que es la puerta grande hay dos enormes esculturas que representan dos hermosos toros, que si no... 
Ya en los tendidos, una vez se ha accedido por lo que se supone que es la puerta grande (con aspecto de puerta de galería comercial y tamaño suficiente como para que el capitalista de turno tenga que arrastrarse como una culebra para sacar en hombros al maestro) la imagen es deplorable: de la cubierta de la plaza cuelgan gran cantidad de enormes focos, flashes y altavoces, y trazando un círculo en torno al callejón, también colgaban grandes cortinas negras que, de haberse llenado media plaza, hubiera tapado la visión a muchos espectadores de lo que acontecía en el ruedo. Supongo que con el fin de que en la foto no se viera que la entrada fue más bien escasa. "Hombre, más gente que en los mítines de Unidos Tampoco Pueden seguro que hay", se le pasó por el coco a un humilde servidor con cierta ironía y sonrisa malévola. Eso con poco, ciertamente. 

Y después de un sobrenatural esfuerzo por mentalizarse de que en verdad sí estábamos en una plaza de toros y no en una sucursal del Fabrik, Makumba o Kapital, llegó el momento de ver toros. 
Seis chavalines de distintas escuelas de España, secundados por sus cuadrillas y por un tiro de mulillas que más bien recordaba a la cabalgadura de Sancho Panza, trenzaron el paseíllo bajo los sones de una voluntariosa banda de música que retumbaba con estruendoso eco en tan indecoroso recinto taurino. Pura anécdota todo, en verdad, y más si nos ceñimos a lo estrictamente taurino. Porque este festejo de ayer sirvió para dar cuenta una vez más de que las generaciones de toreros que vienen arreando, salvo contadísimas, pero que muy contadísimas excepciones, son imitaciones perfectas del burdo y grotesco neotoreo que impera en la actualidad. Una ruina, en tan solo una palabra. 
Ya no es que estén poco toreados, tengan poco rodaje y sean tan solo novilleros que están empezando, no. Eso, que es lo que llega siendo la bisoñez, no es ningún pecado en quienes empiezan, ni mucho menos. Es más, forma parte de las cualidades que un chaval que está empezando en esto debe reunir. No es este el problema que ayer se vio y que me ha convencido para estar juntando algunas letras en este momento. El verdadero problema es, perdón si es repetitivo, el alarmante conocimiento y uso de las ratonerías, del ventajismo y del toreo 2.0 del que los que empiezan ya hacen gala. Es que a ninguno de los seis, pero ni uno, ni siquiera de casualidad, fue capaz de echar la pierna delante en toda la tarde. Ninguno de los seis dejó de ofrecer el pico de la muleta a la hora de citar. Ninguno de los seis hizo amago de torear en redondo, sólo trazar líneas rectas y rematar los muletazos hacia fuera. Ninguno de los seis colocado en el sitio, siempre fuera de cacho y pasándose a los novillos muy pero que muy lejos. Ninguno capaz de medir la faena y no pasarse de tiempo delante de la cara del toro. Eso sí, pendulazos, circulares, bernardinas, manoletinas de rodillas y todas esas cosas no faltaron. Que sí, que no deja de estar bien también todo eso. Pero si no se es capaz de interiorizar el toreo de verdad y sus cánones clásicos, ¿para qué?

Ya hablando en serio, ¿para qué sirve la Escuela? ¿Qué se aprende allí? ¿Qué transmiten los maestros en ellas, además de los tan archiconocidos valores de los que se hacen gala por ahí? ¿Acaso a quitarle la ilusión a los aficionados, que invierten su tiempo y su dinero por el gran afecto que les une a esto? Pues lo consiguen, desde luego que lo consiguen, porque a alguno se nos quitaron las ganas ayer de perder nuestro tiempo, y también nuestro dinero, en algo que no es lo que reconocemos como la tauromaquia a la que un día nos aficionamos.

"Esta no es mi Fiesta, mi Fiesta hace ya tiempo que desapareció. Esto es una pantomima", Me espetó al salir un buen amigo. Y es que una persona que ha tenido oportunidad de disfutar de colosos como Su Majestad, El Faraón, El Niño Sabio, El Gitano de Jerez o Diego Valor, entre otros; y a su vera siempre ha tenido quien le ha hablado de las bonanzas del Monstruo de Córdoba, El Paleto de Borox, El Rubio de San Bernardo o don Antonio, el del Papa Negro, poco se puede equivocar al decir que el toreo es otra cosa. 



ESTA NO ES MI FIESTA, MI FIESTA HACE YA TIEMPO QUE DESAPARECIÓ. ESTO ES UNA PANTOMINA.